A todos nos encanta quedar bien. Tener prestigio; quedar por encima de los demás; parecer más listos, más guapos, más trabajadores... no es un dulce que nos amargue. El ridículo que vemos en los demás al aparentar, nos puede hacer pensar en el que debemos hacer nosotros cuando presumimos de nuestras cualidades. No son nuestros los talentos y virtudes, sino de Dios, que es quien nos las ha dado para que los hagamos rendir en beneficio de los demás.
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