martes, 13 de noviembre de 2012

Abrazar la Cruz

La gente no entiende esto de la Cruz, y es que no es fácil, la verdad...
El ejemplo que hemos vivido estos días ha ayudado a muchos, me lo han dicho, y ha desconcertado a otros, que no entienden nada de nada..., porque no entienden que la Cruz es la señal del cristiano.
Y cuando lean esto... ¿van a entender algo? No lo se... Ojalá. Se lo pido a Belén.



Para leer el artículo, pincha aquí o encima de la fotografía del periódico, para ampliarla.

14 comentarios:

Pseudonima anónima dijo...

Qué ejemplo!
Ayer estuve hablando con un par de amigas sobre esto y hoy va mi comentario para quienes hemos sentido alguna vez que no entendemos " nada de nada".
Cuando vemos la cruz en otros nos puede intranquilizar : " yo no sería capaz" " yo no lo entiendo"" cuánto me queda por recorrer!

Si esa falta de paz no conduce a nada pues mejor
aparcar esos pensamientos un rato, que de crisis y
pesimismo ya vamos servidos.
Hoy en la oración pensaba : los cristianos tenemos
que ser unos tipos optimistas y la clave está en la
primera frase del Credo:" Creo en Dios Padre".
A todos aquellos que no entienden, a mi misma que
hay días que no entiendo nada de nada ,animaría (
me animo!) a pensar en Dios Padre , a acercarme
HOY de alguna manera un poquito a Dios. Aunque
creamos que está muy lejos, está a nuestro lado.
Rezo por la familia de Belén, por los que entienden todo, por los que no entienden nada, por los que entendemos a ratos.





Anónimo dijo...

Gracias por el articulo. Yo creo que es que la cruz por si sola no se entiende: los cristianos vemos la cruz unida a la resurrección, porque si no, vana seria nuestra fe, como se cita en el articulo. En todo caso creo que , para que se nos entienda mejor, los cristianos tenemos que explicar mejor que Dios no quiere nuestro sufrimiento, no nos manda "cruces", el dolor y la pena no vienen de Dios, que es el Bien, la Bondad y la Felicidad eterna.
El dolor y el sufrimiento son consecuencia de nuestros actos: no podemos eludir esa responsabilidad. Una cosa es aceptar la cruz cristianamente cuando ya la tienes "encima", y otra es nuestro deber de evitar ser causa de cruz para los demás. En este caso concreto, se ha juntado la irresponsabilidad o el mal uso de la libertad que Dios nos ha dado en demasiada gente: Los organizadores de aquella fiesta-ratonera, pero también la decisión de estas niñas de acudir allí desobedeciendo o engañando a sus padres, con carnets de identidad falsos puesto que son menores de edad.
De verdad echo de menos esta matización en tantos artículos, declaraciones, entrevistas, etc... que se están dando estos días a raíz de este suceso. No podemos decir "es la voluntad de Dios" y quedarnos tan anchos, eso es lo que no entiende la gente.

Jaime Sanz dijo...

Gracias Anónimo por tu comentario, pero debo matizar algunas cosas que me parecen de interés.
Dios nos pide que imitemos a Jesús, y Jesús murió en la cruz. Nosotros tenemos que toparnos con la cruz, que no solo aparece sin buscarla, sino que tenemos que ponerla en nuestra vida, coronando nuestras obras: prescindir de algo que nos gusta, terminar bien un trabajo, ofrecer un sacrificio para acompañar una oración, dedicar tiempo a los que más lo necesitan...
El dolor y el sufrimiento no son sólo consecuencia de nuestros actos, sino que a veces Dios los permite para nuestro bien, sin que los provoquemos nosotros: una calamidad, una enfermedad, un terremoto...
Es un misterio que no es fácil de comprender.
Lo que sí se puede comprender, al menos un cristiano, es el sentido que podemos a dar a ese sufrimiento: unirnos al sacrificio que Jesús ofrece al Padre en la Redención; purificar nuestros pecados; desagravio; avalar la oración; hacer oración con nuestros sentidos, ofreciéndole esos sacrificios....
Un cristiano experimenta que la cruz le une más a Dios, pero no sólo la tolera y soporta... cuando la provocan los demás, sino que también la busca para su vida.
Esas niñas no buscaban causar ese dolor, lógicamente, y de esa travesura se han derivado males mucho mayores, que ni mucho menos ellas imaginaban, por circunstancias ajenas, y seguro que por la ingenuidad de su conducta.
No es el momento, insisto de este debate, por varios motivos.
1.- No me parece justo juzgar a nadie basándose en conjeturas y hechos que desconocemos: nadie sabe a ciencia cierta lo que allí ocurrió ni los motivos profundos de esos actos. No nos corresponde.
2.- Respeto al dolor de quienes lloran su pérdida.
3.- Las demás niñas tienen clarísimo que esto estuvo mal, y que todos cometemos errores.
4.- En educación, siempre hay que incentivar, y no es un buen modo de ayudar a los demás machacarles con lo que hacen mal. Los que llevamos tiempo en esto..., lo sabemos muy bien.
5.- No se puede decir que en este blog no hayamos hecho pedagogía de la obediencia, del amor a los padres, de valor de la vida en familia, cuando tenemos puestos más de 150 entradas sobre esas voces, en estos casi cinco años.
Echar de menos una reflexión sobre esto... quizá en estos días, puede, pero es que creo que no toca, insisto. Desde siempre, en el colegio, en el blog, en tantísimas conversaciones personales con cada niña y cada niño salen estos temas y se procura dar una orientación oportuna.
El problema y la responsabilidad es de los padres, que tiene que conjugar fortaleza y firmeza, con libertad y confianza. La adolescencia es un periodo muy difícil en los jóvenes, y la presión del ambiente contraria a los valores y creencias ahora es muy fuerte, porque hay muchas estructuras montadas sobre el ocio que no son nada aconsejables.
Si eres padre o madre del colegio, me gustaría charlar contigo personalmente cuando quieras y puedas (y si no también), pero digo esto porque si lo eres recordarás la carta que el capellán escribe todos los años antes de las vacaciones animando a los padres a que no se pierda en el verano lo que se ha ganado durante el año: cuidar el descanso con un ocio sano y que permita mantener los valores en los que uno cree.
Es una tarea de los padres, los colegios ayudan, y las amistades también.
Creo que nadie dice que sea ésta la voluntad de Dios (todo lo permite Dios que nos crea y nos llama a su Presencia cuando lo ve oportuno -no somos dueños de la vida-), ni se queda "tan ancho", porque el sufrimiento duele aunque se acepte.
Y, perdona el atrevimiento, yo nunca me atrevería a interpretar lo que entiende o no la gente, porque cada uno entiende lo que entiende, como digo al principio de la entrada de hoy.
Agradezco tus comentarios y espero haber puesto algo de luz en lo que planteas. Gracias de nuevo.

Anónimo dijo...

Ciertamente, Aldeafuente es una escuela de virtudes, y de la obediencia, la sinceridad, la valentía, etc...se forma constantemente tanto a las niñas, como a las familias y a las profesoras, por lo tanto no es este el momento y el lugar (este blog, y estos días de dolor) de ponernos a decir si dni falso o no. Anónimo: cuenta con que sus profesoras ya han hablado y tocado el fondo de este asunto con cada niña personalmente...y muchos más!! Ahora hace falta que cada uno/a libremente quiera seguir formándose. En el colegio está al alcance de cualquiera

Anónimo dijo...

El dia que no nos hable de Belen, lo vamos a echar de menos.
Gracias!

Anónimo dijo...

Gracias por contestarme, pero esperaba que me diera usted la razón. 
Veo que no nos entendemos. Mi propósito al hacer mi anterior comentario no era otro que contestar al prólogo de su entrada, en el que dice textualmente que "la gente no entiende esto de la cruz"... No estaba juzgando, ya había juzgado usted,  yo le contestaba mi opinión de porqué la gente no lo entiende. Si ha sido un atrevimiento, no era mi intención. 
Sigo pensando que la gente no entiende la cruz porque está mal explicada, y me refiero a los cristianos en general, que parece que amamos el dolor y que incluso lo buscamos, como usted dice -o debemos buscarlo.
Cristo murió en la cruz condenado por los hombres. Fuimos nosotros y nuestros pecados, no lo olvide. No fue por gusto. Y si El aceptó esa muerte, fue para librarnos a nosotros de ella. Por eso sabemos que el dolor y la muerte no son la ultima palabra.
Los cristianos NO debemos buscar el dolor, es más, nuestra misión es mitigar el dolor en el mundo (el dolor de la injusticia, el hambre, la mentira, todo tipo de sufrimiento). Pero como siempre habrá dolor en este mundo (puesto que es consecuencia del mal y no de Dios, El no nos manda nada malo, insisto, aunque pueda sacar frutos buenos de todo), podemos aceptarlo y unirnos así más a Cristo. Pero buscar el dolor y la cruz,  no! Bastante tenemos ya con el que nos pueda venir! 
¡Pero si además Dios ha creado a los hombres para que seamos eternamente felices! Son palabras del catecismo de la Iglesia. Y añade textualmente. "Y solo por eso". Que para ser felices tengamos que hacer el bien a los demás y ceder ante ellos esos pequeños caprichos, privaciones etc... de los que usted me habla en su respuesta, no creo que pueda considerarse una cruz, esa es la vida diaria de un cristiano. Y eso nos hace felices. La cruz a la que yo me refería es el dolor y sufrimiento grandes. Espero que ahora se me entienda mejor y estemos de acuerdo. Es doctrina de la Iglesia.
PD. Lo que cuento del dolor también lo he confirmado con el Catecismo, es mas, lo he copiado.

Jaime Sanz dijo...

Correcto, Anónimo. Ahora sí que nos hemos entendido perfectamente, y estoy totalmente de acuerdo contigo. De todas formas haber entendido mal tu comentario en cuanto a quienes causan el dolor, ha sido una buena oportunidad de explicar muy bien el tema... No hay mal que por bien no venga! Y además, ahora la entrada tiene ¡pleno sentido! porque si después de este tratado que entre los dos hemos escrito sobre la Cruz alguien no la entiende... ¡ya es para nota!
Mil gracias de verdad por tu explicación y comentario posterior.

Anónimo dijo...

Bueeno, me alegro! Si ha servido para algo positivo, estupendo! Me alegro de poder ayudar. Muchas gracias también a usted y un saludo!

Carolina Prieto-Moreno dijo...

Abrazar la cruz. Precisamente venía pensando en eso esta mañana. Cerca de mi casa hay un anticuario, y en el escaparate vi el otro día una figurita de la Virgen María abrazando la Cruz,en una postura entre arrodillada y sentada, con un gesto entre triste y dulce, cargado de ternura. Me pareció tremendamente sugerente hasta el punto de que entré a preguntar por ella al dueño de la tienda, claro que la figurita se quedó en su sitio. A los pies de la Virgen había una calavera, pero el conjunto no era tenebroso, parecía decir. ¡ojo!, que esto es serio.

Jaime Sanz dijo...

Gracias Carolina. Ojalá algún día puedas hacerte con esa imagen...
Y gracias a la madre que escribe un poco más arriba, apoyando esa labor callada, pero tan eficaz de las profesoras del colegio estos días. Gracias también a todas ellas.

Anónimo dijo...

Es dificil, muy dificil hablar del dolor, de la cruz, cuando no se ha pasado por ese trance. Me encontré con el testimonio de alguien que sufrió en su propia carne esa experiencia....Es un poco largo, bastante largo, pero rebosa vita vivida. Ahí va por si le sirve a alguien.
Reflexiones de un enfermo en torno al dolor (I)

El dolor es un misterio. Hay que acercarse a el de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tenemos que acercarnos con delicadeza, como un cirujano ante una herida. Y con realismo, sin que bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad.

La primera consideración que yo haría es la de la «cantidad» de dolor que hay en el mundo. Después de tantos siglos de ciencia, el hombre apenas ha logrado disminuir en unos pocos centímetros las montañas del dolor. Y en muchos aspectos la cantidad del dolor aumenta. Se preguntaba Péguy: ¿Creemos acaso que la humanidad esta sufriendo cada vez menos? ¿Creéis que el padre que ve a su hijo enfermo hoy sufre menos que otro padre del siglo XVI? ¿Creéis que los hombres se van haciendo menos viejos que hace cuatro siglos? ¿Que la humanidad tiene ahora menos capacidad para ser desgraciada?


LA MONTAÑA DEL DOLOR

Los medios de comunicación nos hacen comprender mejor el tamaño de esa montaña del dolor. El hombre del siglo XIV conocía el dolor de sus doscientos o de sus diez mil convecinos, pero no tenía ni idea de lo que se sufría en la nación vecina o en otros continentes. Hoy, afortunada o desgraciadamente, nos han abierto los ojos y sabemos el número de muertos o asesinados que hubo ayer. Sabemos que 40 millones de personas mueren de hambre al año. Y hoy se lucha más que nunca contra el dolor y la enfermedad... Pero no parece que la gran montaña del dolor disminuya. Cuando hemos derrotado una enfermedad, aparecen otras nuevas que ni sospechábamos (cómo olvidar el SIDA) que toman el puesto de las derrotadas. En la España de hoy, y a esta misma hora, hay tres millones de españoles enfermos. Y diez millones pasan cada año por dolencias más o menos graves. Pero el resto de sus compatriotas (y de sus familiares) prefiere vivir como si estos enfermos no existieran. Se dedican a vivir sus vidas y piensan que ya se plantearán el problema cuando “les toque» a ellos”.

Sabemos muy poco del dolor y menos aún de su porqué. ¿Por qué, si Dios es bueno, acepta que un muchacho se mate la víspera de su boda, dejando destruidos a los suyos? ¿Por qué sufren los niños inocentes? Nosotros, cristianos, debemos ser prudentes al responder a estas preguntas que destrozan el alma de media Humanidad. ¿Quién ignora que muchas crisis de fe se producen al encontrarse con el topetazo del dolor o de la muerte? ¿Cuántos millares de personas se vuelven hoy a Dios para gritarle por qué ha tolerado el dolor o la muerte de un ser querido?

Dar explicaciones a medias es contraproducente y sería preferible que, ante estos porqués, los cristianos empezásemos por confesar lo que decía Juan Pablo II en su encíclica sobre el dolor: El sentido del sufrimiento es un misterio, pues somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Algunas respuestas pueden aclarar algo el problema y debemos usarlas, pero sabiendo siempre que nunca explicaremos el dolor de los inocentes.




José Luis Martín Descalzo

Anónimo dijo...

Reflexiones de un enefermo en torno al dolor (II)

TEORÍAS, NO


Una de esas respuestas parciales podía ser la que afirma que dedicarse a combatir el dolor es más importante y urgente que dedicarse a hacer teorías y responder porqués.

Hemos gastado más tiempo en preguntarnos por qué sufrimos que en combatir el sufrimiento. Por eso, ¡benditos los médicos, las enfermeras, cuantos se dedican a curar cuerpos o almas, cuantos luchan por disminuir el dolor en nuestro mundo!

El dolor es una herencia de todos los humanos, sin excepción. Un gran peligro del sufrimiento es que empieza convenciéndonos de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo o los que más sufrimos. Una de las caras más negras del dolor es que tiende a convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo hacia nosotros. Un dolor de muelas nos hace creemos la víctima número uno del mundo. Si en un telediario nos muestran miles de muertos, pensamos en ellos durante dos minutos; si nos duele el dedo meñique gastamos un día en autocompadecemos. Tendríamos que empezar por el descubrimiento del dolor de los demás para medir y situar el nuestro.

Es la humilde aceptación de que el hombre, todo hombre, es un ser incompleto y mutilado. Es el descubrimiento de que se puede ser feliz a pesar del dolor, pero es imposible vivir toda una vida sin el. El mayor descubrimiento, el que más me ha tranquilizado como hombre ha sido precisamente este sano realismo. Tratar de no mitificar mi enfermedad, no volverme contra Dios y contra la vida, como si yo fuera una víctima excepcional. Desde el primer momento me planteé la obligación de pensar que «yo no era un enfermo», sino “un señor que tiene un problema» como «todos» tienen sus problemas”.

Cuando vas conociendo a los hombres, descubres que «todos» son mutilados de algo. Así pensé que a mí me faltaban los riñones o me sobraba un cáncer, pero que a los demás o les faltaba un brazo, o no tenían trabajo, o tenían un amor no correspondido, o un hijo muerto. Todos. ¿Qué derecho tenía yo, entonces, a quejarme de mis carencias, como si fueran las únicas del mundo? Sentirme especialmente desgraciado me parecía ingenuo y, sobre todo, indigno.
José Luis Martín Descalzo


Anónimo dijo...

Reflexiones de un enfermo en torno al dolor (III)




DEMASIADA RETÓRICA

La tercera gran respuesta es ver los aspectos positivos de la enfermedad. Quiero prevenir contra un gran error muy difundido entre personas de buena voluntad: la tendencia a ver en la enfermedad y el dolor algo objetivamente bueno. Creo que se ha hecho, especialmente entre los cristianos, mucha retórica sobre la bondad del dolor, con la que se confunden tres cosas: lo que es el dolor en sí; lo que se puede sacar del dolor; y aquello en lo que el dolor puede acabar convirtiéndose, con la gracia de Dios. Lo primero es y seguirá siendo horrible. Lo segundo y lo tercero pueden llegar a ser maravillosos.

Cristo mismo lo dejó bien claro en su vida: jamás ofreció florilegios sobre la angustia, no fue hacia el dolor como hacia un paraíso. Al contrario: se dedicó a combatir el dolor en los demás, y, en sí mismo, lo asumió con miedo, entró en él temblando, pidió, mendigó al Padre que le alejara de él y lo asumió porque era la voluntad de su Padre. Y entonces acabó convirtiendo el dolor en redención. Es mejor no echarle almíbar piadoso al dolor. Pero hay que decir sin ningún rodeo que en la mano del hombre está conseguir que ese dolor sea ruina o parto. El hombre no puede impedir su dolor, pero puede conseguir que no lo aniquile, e incluso lograr que ese dolor lo levante en vilo.

En lo humano y mucho más en lo sobrenatural, el dolor puede llegar a ser uno de los grandes motores del hombre. Luis Rosales afirmaba que «los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir».

El dolor es parte de nuestra condición humana; deuda de nuestra raza de seres atados al tiempo y a la fugitividad. No hay hombre sin dolor. Y no es que Dios «tolere» los dolores, es, simplemente, que Dios respeta la condición temporal del hombre, lo mismo que respeta que un círculo no pueda ser cuadrado. Lo que Dios sí nos da es la posibilidad de que ese dolor sea fructífero. Empezó haciéndolo fructífero él mismo en la Cruz y así creó esa misteriosa fraternidad de dolor de la que nosotros podemos participar.


VINAGRE, O VINO GENEROSO

El hombre tiene en sus manos esa opción de conseguir que su propio dolor y el de sus prójimos se convierta en vinagre o en vino generoso. Yo he comprobado aquella frase de León Bloy que aseguraba que en el corazón del hombre hay muchas cavidades que desconocemos hasta que viene el dolor a descubrírnoslas. Así puedo afirmar que el dolor es, probablemente, lo mejor que me ha dado la vida y que, siendo en sí una experiencia peligrosa, se ha convertido más en un acicate que en un freno.

Pase lo que pase, a lo que tú no tienes derecho es a desperdiciar tu vida, a rebajarla, a creer que, porque estás enfermo, tienes ya una disculpa para no cumplir tu deber o para amargar a los que te rodean. Debes considerar la enfermedad como un handicap, como un «reto», como una nueva forma para testimoniar tu fe y realizar tu vida. Has de buscar todos los modos para sacar todo lo positivo que haya en la enfermedad y así rentabilizar más tu vida.

Lo verdaderamente grave de la enfermedad es cuando ésta se alarga y se alarga. Un dolor corto, por intenso que sea, no es difícil de sobrellevar. Lo verdaderamente difícil es cuando ese camino de la cruz dura años, y peor aún si se vive con poca o ninguna esperanza de curación en lo humano.

Sólo la gracia de Dios ha podido mantenerme alegre en estos años. Y confieso haberla experimentado casi como una mano que me acariciase. Dios no me ha fallado en momento alguno. Yo llamaría milagro al hecho de que en casi todas las horas oscuras siempre llegaba una carta, una llamada telefónica, un encuentro casual en una calle, que me ayudaba a recuperar la calma. Confieso con gozo que nunca me sentí tan querido como en estos años. Y subrayo esto porque sé muy bien que muchos otros enfermos no han tenido ni tienen en esto la suerte que yo tengo.


José Luis Martín Descalzo

Anónimo dijo...

Reflexiones de un enfermo en torno al dolor (y IV)


La verdadera enfermedad del mundo es la falta de amor, el egoísmo. ¡Tantos enfermos amargados porque no encontraron una mano comprensiva y amiga!

Es terrible que tenga que ser la muerte de los seres queridos la que nos descubra que hay que quererse deprisa, precisamente porque tenemos poco tiempo, porque la vida es corta ¡Ojalá no tengáis nunca que arrepentiros del amor que no habéis dado y que perdisteis!

La enfermedad es una gran bendición: cuando te sacude ya no puedes seguirte engañando a ti mismo, ves con claridad quién eras, quién eres.

Descubrí a su luz que en mi escala de valores real había un gran barullo y que no siempre coincidía con la escala que yo tenía en mis propósitos y deseos. ¡Cuántas veces el trabajo se montó por encima de la amistad! ¡Cuántos más espacios de mi tiempo dediqué al éxito profesional que a ver y charlar pausadamente con los míos! Aprendí también a aceptarme a mí mismo, a saber que en no pocas cosas fracasaría y no pasaría absolutamente nada, entendí incluso que uno no tiene corazón suficiente para responder a tanto amor como nos dan. Todo hombre es un mendigo y yo no lo sabía.

Entre estos descubrimientos estuvo el de los médicos, las enfermeras y los otros enfermos. Hasta hace algunos años apenas había tenido contactos con el mundo de los hospitales y tenía de sus habitantes ese barato concepto por el que, con tanta frecuencia acostumbramos a medir a los seres más por sus defectos que por sus virtudes. La enfermedad, al vivir horas y horas en los hospitales, me descubrió qué engañado estaba.


UN ABUSO DE CONFIANZA

La idea de que la enfermedad es «redentora» no es un tópico teológico, sino algo radicalmente verdadero. Dios espera de nosotros, no nuestro dolor, sino nuestro amor; pero es bien cierto que uno de los principales modos en que podemos demostrarle nuestro amor es uniéndonos apasionadamente a su Cruz y a su labor redentora. ¿Qué otras cosas tenemos, en definitiva, los hombres para aportar a su tarea?

Os confieso que jamás pido a Dios que me cure mi enfermedad. Me parecería un abuso de confianza; temo que, si me quitase Dios mi enfermedad, me estaría privando de una de las pocas cosas buenas que tengo: mi posibilidad de colaborar con él más íntimamente, más realmente. Le pido, sí, que me ayude a llevar la enfermedad con alegría; que la haga fructificar, que no la estropee yo por mi egoísmo.
José Luis Martín Descalzo